No existe un límite general, no hay barreras que me detengan si tú las traspasaste antes.
Sin apenas aliento, recobraré las fuerzas para saltar el obstáculo, empujado por las ganas de libertad.
No hay autonomía sin confianza; no hay recuperación sin caída.
Y, obcecada en la victoria, desoiré tus advertencias cegada por la codicia.
El deseo y temor a la derrota me hacen insuperable.
Pero, tranquilo, un día de éstos caeré en la cuenta de mi límite, reconociendo mi error, seguido de tu reproche.
Aunque, como dicen...
"Prefiero disculparme a pedir permiso".