Escribí esto hace un tiempo para un trabajo de la universidad de una amiga, y ahora que lo veo, me apetecía publicarlo.
ALCOHOLISMO Y JUVENTUD
Cada fin de semana podemos deleitarnos en contemplar cómo cientos de quinceañeros se reúnen en parques y plazas para dar comienzo a una especie de ritual cuyo centro es el alcohol.
Desde hace varios años, el botellón se ha convertido en un pretexto mediante el que los jóvenes beben en grupo. Y, digo pretexto, porque el fin de la reunión es la consumición de alcohol.
El botellón nace entre la más tierna adolescencia por el incremento de la edad mínima para la consumición de alcohol a 18 años. De esta forma, ya que no se les permite consumir en locales habilitados con tal fin, buscan lugares públicos para ello. Pero, no sólo los más jóvenes hacen botellones los fines de semana: actualmente, y, sobre todo con la llegada del buen tiempo, jóvenes de todas las edades beben en la calle por el ahorro de dinero que supone. Mientras que en una discoteca podrían permitirse el consumo de 2 o 3 copas, con el botellón consumen la botella entera casi por el mismo precio o, incluso, a un menor coste.
Pero, dejando a un lado estos motivos, deducimos que, si el botellón es tan popular en los adolescentes actuales, es porque éstos logran, a través de él, una forma de diversión e integración social efectiva. Asumen que el consumo implica el reconocimiento de su grupo de iguales, y esto, en la edad en la que es muy importante tener una red social amplia y extensa, es la mejor opción para conseguir popularidad y muchos amigos.
La sociedad inculca un hábito de consumo asociado a las celebraciones; por ejemplo, para celebrar que alguien ha conseguido un trabajo, se hace un brindis con Champagne. Es lógico, por tanto, que nuestros jóvenes, a raíz de un aprendizaje vicario, asocien la celebración de la llegada del fin de semana con el consumo de alcohol.
¿Hasta dónde debe llegar el grado de preocupación de los padres y tutores sobre este ritual? Los bebedores esporádicos pueden llegar a desarrollar tolerancia, además de una posterior dependencia asociada, además de mencionar el ya conocido coma etílico, que supone una intoxicación por ingesta excesiva de alcohol. Nuestros servicios sanitarios se han visto saturados por el incremento de los casos de intoxicación etílica durante los fines de semana.
Las consecuencias del botellón no implican sólo afecciones a nivel orgánico en nuestros adolescentes, sino molestias a la comunidad. Es bastante común encontrar residuos de todo tipo un domingo por la mañana en los parques, lo que supone un incremento de trabajo para los empleados destinados a la limpieza y mantenimiento de esas zonas. Además, los botellones se realizan durante la tarde-noche, generando contaminación acústica, que molesta a los vecinos de la zona.
Por este motivo, se crea una ley que determina la prohibición de beber en las calles y de comprar alcohol a partir de unas horas establecidas. A pesar de ella, la juventud sigue realizando botellones, lo que invita a replantearse si la Ley antibotellón es realmente conveniente, y la posibilidad de adoptar otras medidas más efectivas, como reducir el precio de las copas en los locales. De todas maneras, no me parece que ésta coartación de la libertad sea la mejor solución. Lo prohibido incita a la consecución por el simple hecho de serlo.