Todas las mañanas él bajaba al parque a dar de comer a las palomas. Miraba fijamente el estanque, alrededor del cuál se extendía una gran pineda. Pasada una hora, sacaba su tabaco, se liaba un cigarrillo y se lo fumaba de vuelta a casa.
No tenía otra cosa que hacer. Ya era mayor para andar inmiscuyéndose en la vida de sus hijos. Había centrado su educación en procurar que desarrollaran al máximo su independencia para poder vivir tranquilo y no tener que estar pendiente de nadie más que de él mismo.
Ahora que ese momento había llegado y su vena independentista estaba agotada, la única cosa que le consolaba era saber que siempre fue dependiente de algo
dependiente de la vida.