Estaba triste. No me saludó como todas las mañanas con esa energía propia de quien no tiene miedo a nada. Su rostro serio reflejaba preocupación.
Supuse que se lo habían dicho. Lo cierto es que la tarde anterior no pude evitar derramar algunas lágrimas amargas cuando me lo comunicaron al marcharme.
No había solución, su desarrollo era imparable. No habló con nadie en toda la mañana, sólo escribía en un pequeño cuaderno que su mujer le trajo el día anterior.
Después de una semana me enteré de que se había ido Y en el cajón de su mesilla seguía su cuaderno:
La vida pasa, y pesa. Cuando menos te lo esperas y, cuando piensas que ya nada puede sorprenderte, aparecen cosas o personas que te hacen desprenderte de tus ganas de vivir.
No me han dicho mucho, pero no hizo falta. En el instante en el que pronunciaron el no se preocupe, entendí que no quedaba esperanza.
Es triste perderla por iniciativa propia, pero más triste es no poder tenerla porque sabes que ya no queda.