Y en la sombra vi nacer
 el fuego del amanecer.
 No pensaba salir a la luz,
 no tenía por qué abrasar mi piel.
 Cerré mis ojos
 sintiendo la gélida brisa rozando mi cara.
 Una paz me llenó el corazón
 aliviando la pesada carga
 que soportaba desde hacía tiempo.
 En mi mente se dibujaba
 todo lo que suponía cerca.
 Incluso percibía el olor a tierra húmeda
 del solitario callejón.
 Me tendió su mano y me hizo salir.
 No fue malo abrir los ojos y descubrir 
 que no siempre la sombra es la que nos oculta.