Sin la sal de las aguas,
caminaba mirando su reflejo.
Deseaba tanto estar allí...
Supo que el alba no espera
ni siquiera al mejor postor.
Levantó el brazo
inclinando la cabeza,
tal y como había ensayado
tantas veces frente al espejo.
Sus labios alcanzaron
un gesto de preocupación
al caer en la cuenta
de que no recordaba los pasos.
Se adentró en el lago
sin saber a dónde ir.
Y en el árbol que marca el ritmo,
se sentó a escuchar la melodía
que las pequeñas hadas producían
bailando sobre el agua.