Se despertó aturdida. Había tenido una pesadilla de las que dejan mal sabor de boca.
Sentada en el borde de la cama, a oscuras y con la mirada fija en la vieja estantería que apenas podía distinguir, recordó una flor que viajaba sumida en las aguas de un riachuelo. Era preciosa, desprendía luz. Parecía que ni rozaba el agua, aunque era arrastrada por la corriente.
El otoño era evidente: hojas secas, árboles medio desnudos, amarillos y ocres por todas partes
Decidió seguirla río abajo sin saber muy bien por qué. Caminaba muy cerca de ella oyendo el crujido de las hojas bajo sus pies.De pronto la flor se detuvo al tropezar con una roca que le impedía seguir su camino: dejó de navegar.
Un niño se acercó por la orilla contraria. La recogió y se la acercó a la cara para olerla mientras clavaba sus ojitos grises en ella. Sonrió. Posó la flor de nuevo en el agua y, corriendo, se alejó de allí.
La chica despertó otra vez. Abrió la ventana y respiró profundamente. Algo la sorprendió: un pétalo en el marco de la ventana. Recordó al niño y le devolvió la sonrisa.
Me encanta la historia, me ha trasmitido el sueño que tuvo la chica y me ha dejado esa incertidumbre de duda al final(realidad o sueño).