Una mirada penetrante de alguien extraño en el metro te hace sentir, por lo general, intimidado. No nos gusta que nos observen fijamente sin conceder previa autorización mediante un gesto u otra mirada. Nos da pánico pensar que otra persona pueda leer nuestros pensamientos más secretos y ocultos. No, son nuestros y sólo para nosotros. En todo caso, yo decidiré si compartirlos o no contigo.
Ahí está la gracia, ¿no? En poder o no decir lo que quiero y cuando quiero. Si no fuera así, ¡qué vida más aburrida!
Decidido: a partir de ahora no bajaré la mirada ante un extraño.