Noches en vela,
confundido por la oscuridad densa
sin una luz que guíe
las dudas que asaltan su mente.
La mirada perdida
y el sol escondido;
sus lágrimas forman
el lago en el que navega.
Sin rumbo hacia el que dirigirse,
agota sus fuerzas
por una búsqueda
que merezca su dedicación.
Los puertos cerrados
no calman sus ansias
de permanecer en tierra,
y así dejar de caminar
en las aguas formadas
por su amargo llanto.
Amarrado al muelle de la desesperación,
con la respiración entrecortada
cual agua helada asciende al nivel de la cintura
provocando un fuerte escalofrío,
notaba cómo el atronador silencio
cortaba sus lágrimas hasta hacerlas desaparecer.
Seguía esperando el último barco
mantenido por la fuerza de la esperanza,
con la ilusión de navegar lejos de ese puerto
para comenzar una nueva vida.
Aunque lo intuía,
no quería darse cuenta de que su barco
zarpó hace ya tiempo,
y que su vida anterior le esperaba
detrás de las fronteras del puerto abandonado.
Tarde o temprano,
los recuerdos llamarán a su puerta
con la intención de ser superados.
Pero, si huye,
si no los deja volver,
le perseguirán para siempre.
No se puede huir eternamente,
y, menos, de uno mismo.
No hay luz en las palabras de los que no quieren escuchar.
Sombras recorren los sinuosos senderos de inquietud
que van dejando sospechas en los recovecos, casi imperceptibles.
No hay sencillez en sus pensamientos, ya que, al no escuchar, es difícil interpretar correctamente hasta la información más simple.
No hay comprensión en sus sentimientos, puesto que, para aconsejar, debes vivir como tuyo un problema ajeno.
No hay perspicacia en sus ojos. No han aprendido a observar al oponente y conocerse a si mismos mirando su propio reflejo en los ojos del otro.
Su risa no suena ingenua y sincera. Sus lágrimas, al resbalar por sus mejillas, no recorren un largo camino.
Si alguna vez te he interrumpido en nuestra conversación, mis disculpas. Ahora sé lo importante que es expresar lo que quiero y cuando quiero. Sin interrupciones.
La luna refleja esta noche
su color primavera
en las aguas saladas
de la costa del olvido.
La falsa imagen vislumbrada,
con la sensación de frío
que provoca la arena bajo los pies,
difumina un paisaje
que, sin ella, perdería su encanto.
Es una sensación algo hipnótica,
casi mágica,
pero merece la pena sentirla
aunque después deje un sabor
amargo en los labios.
Aquellos afortunados que pueden verla
piden deseos imposibles
esperando que uno de esos rayos
ilumine su pensamiento
y lo convierta en realidad.
Y con esa esperanza,
con esa pizca de ilusión
que cada uno de ellos conserva
en los ojos después de verla,
navegarán hacia su destino
sin poder evitar comparar
durante el resto de su vida,
esa imagen con la cara que la luna
nos muestra cada día.
Un día llegaremos tan alto
Que ni las nubes podrán seguir la estela que dejamos tras nuestros pasos.
Un día llegaremos a la cumbre,
y, lo que parecía imposible de alcanzar,
se convertirá en una meta realizada
que servirá como incentivo para
lograr cimas aún más elevadas.
Con la satisfacción de haber cumplido
nuestros objetivos,
y con nuestras esperanzas puestas
en llegar a lo máximo,
seguiremos luchando por aquello en que creemos,
por aquello que deseamos y por lo que merece la pena
realizar un esfuerzo.
Dejaremos impresas las huellas
de nuestro rumbo,
para que otros algún día
puedan encontrar el camino.
Y, sobre todo, miraremos atrás
para recordar los pequeños triunfos
que tanto orgullo nos trajeron
y así no olvidar la humildad de nuestros comienzos
ni la satisfacción de un camino costoso,
pero superado.