En la tierra donde no se pone el sol, nunca habrá misterio ni incertidumbre.
No habrá secretos que esconder en rincones oscuros, sus habitantes no podrán contemplar la belleza de la luna llena o pedir un deseo al vislumbrar una estrella fugaz.
Es la tierra donde la luz ciega, el calor abrasa y quema la piel valiéndose de incendios incontrolados.
Los sueños no tienen cabida en un lugar donde la oscuridad fue desterrada junto con las estrellas.
Y las criaturas nocturnas, llenas de ira, intentarán apagar el sol para volver a su refrescante noche donde la claridad no los descubra.
Tierra de locos guiados por corazones envejecidos y llenos de rencor.
El tiempo no perdona; las heridas dejan profundas huellas del dolor y sufrimiento de aquel que las hizo.
¿Cuál es la diferencia?
¿Quién osa dictar las reglas de la batalla?
No hace falta sangrar para saber que te han herido,
no hace falta que lloren tu muerte para saber que caíste.
La suerte no siempre está del lado de los que la merecen.
Si hemos de luchar, que sea por algo que realmente valga la pena.
¿En qué momento nos damos cuenta de que no lo vamos a conseguir?
¿A partir de qué nueva caída decidimos que no merecerá la pena luchar?
Cuando la meta es inalcanzable, seguir levantándose para saber que volverás al suelo es frustrante.
No importa la envergadura del error o fracaso si con ello logras admitir tus limitaciones y poner más empeño la próxima vez.
Equivocarse no es malo. Nos enseña a descender rápidamente de nuestro enorme ego, para saborear la humildad, y la tolerancia hacia los errores ajenos.
Vulnerables ante acciones ajenas y miradas sostenidas durante segundos que parecen vidas enteras.
Cada día nos sentimos más nostálgicos y menos preparados para enfrentar lo que viene advirtiendo desde hace tiempo y hemos ignorado conscientemente.
Mentirnos a nosotros mismos es sólo algo más; algo que nos hará fuertes para enfrentarnos a los obstáculos que encontremos a lo largo del día.
Parecen iguales, pero no lo son.
Las mismas conversaciones esperando el paso del tiempo, siempre incentivados por pequeñas recompensas que no sabemos si, realmente, llegarán a ser nuestras.
Excusas. Excusas válidas sin explicaciones a los demás, dadas por obligación, que limitan la libertad de decisión.
La verdadera utopía por la que luchar y poner excusas.
Dulce claridad que me despierta de un sueño profundo.
No importa. Estaba cansada de soñar.
Prefiero sentir el calor del sol en mis mejillas y pensar mañana.
O no pensar. ¿Para qué?
Lo que tenga que venir, vendrá.
Tarde o temprano. Da lo mismo.
La luz baña las calles de igual forma cada mañana.
El agua no dejará de enfriarse por mi retraso.
Y si notan mi ausencia, ya será tarde.
Tarde porque estaré harta de esperar.
Tarde porque habré vuelto a soñar.
Tarde porque necesitaré otro rayo de luz para despertar.
Lo importante es que habré soñado despierta,
y tendré suficiente para empezar un nuevo sueño
que conduzca a nuevas metas y nuevas rojeces en mis mejillas.