Las decepciones son algo difícil de explicar. Provocan malestar. Nos sentimos traicionados y, algunas veces, un poco culpables pensando en qué hemos hecho para que la persona que nos ha decepcionado haya cometido semejante aberración.
En ocasiones, estas decepciones son fruto de nuestra propia manera de ver las cosas. Quizá algo que hace un amigo está mal bajo mi punto de vista y es estupendo bajo el suyo. Aunque, desde luego, eso no disculpa al otro, puesto que si es nuestro amigo probablemente conozca nuestra postura ante la cuestión.
Juzgar antes de saber o conocer no es inteligente, ya que en ocasiones crees conocer a una persona y, en realidad, no estás al corriente ni de la mitad de sus sentimientos, valores o actividades.
Puede que detrás de ese hecho se encuentre una buena razón. Siempre hay tiempo para pedir explicaciones antes de llegar a la conclusión de que no ha merecido la pena conocer a una persona, o al menos intentarlo.
Arriesgar es una decisión difícil para la que no todos estamos preparados. En ocasiones se nos presentan oportunidades claramente beneficiosas que no somos capaces de aceptar.
En general, pensamos que si surge una de estas maravillosas oportunidades nos faltará tiempo para decir sí. Según el dicho, el que no arriesga, no gana. Sin embargo, no nos gusta demasiado pensar en lo que podemos perder en comparación a lo que ganaremos. Dichas decisiones nos incomodan, no reparamos en ello hasta que nos topamos con la oportunidad a las puertas de nuestra vida. Puede que ganemos mucho, puede que lo que estamos arriesgando no sea tan valioso, puede que en verdad valga la pena correr riesgos.
Al elegir siempre descartamos una opción. No debemos pensar en lo que hubiera pasado al elegir la opción contraria, porque los hechos no pueden cambiarse, y nuestras decisiones forman la vida que llevamos, nos guste más o menos.
Creer que una persona es valiente por arriesgar algo valioso es muy correcto, pero también lo es llamar valiente a aquél que es capaz de reconocer que lo que está en juego merece dejar pasar una oportunidad así.
Es emocionante ver cómo reflexiones increíblemente ciertas surgen de la nada y se pasean por tu mente sin darte la oportunidad de captarlas. Un sólo segundo basta para que aparezcan.
Son caprichosas: cuanto más las deseas, más se esconden. Nos limitamos a esperar.
Nuestra vida está llena de esperas inútiles y a la vez productivas, odiosas y en cierto modo deseadas. ¿O debería decir esperadas?
El caso es que en cualquiera de estas esperas puede que surja una gran reflexión. Hasta entonces, seguiremos expectantes ante la posibilidad de escribir un buen texto sin la incertidumbre de una voraz crítica que frustre nuestras ansias de fantasía y, como no decirlo, ansias de reflexión.
En ocasiones nos damos cuenta de que la vida es un sin fin de pequeños momentos.
Algunos los recordaremos eternamente por ser emocionantes, porque nos hicieron alcanzar una meta o un sueño imposible. Otros sólo serán rememorados por su falta de importancia, por su sencillez y la infinita alegría de acostarse al anochecer mirando las estrellas y pensar que mereció la pena levantarse aquella mañana.
Un gesto, una mirada o una mera palabra que justifiquen nuestra frágil pero gratificante existencia. Mirar atrás y dibujar una sonrisa radiante por los instantes en que pudiste reír, llorar o hacer ambas cosas al mismo tiempo.
Los cambios vienen solos en la mayor parte de los casos. Puedes decidir cambiar, pero ése no es uno de los recuerdos que aparecerán en tu mente durante las noches bajo las estrellas, sino una modificación esporádica y poco significativa.
Los amigos, entre otros placeres de la vida, permanecen a pesar de estos cambios. Por todo esto, un gesto, mirada o palabra que surja de alguno de ellos, provocará una lágrima que dejará una profunda huella en cada una de las estrellas.
Su fama le predecía allá a donde fuese. La gente se acercaba a escuchar una simple palabra que sonaba emocionante.
Ser un experimentado conocedor de determinados temas le hizo exclusivizar sus conversaciones, ya que todos deseaban escuchar su opinión de experto.
Le encantaba que la gente se quedara embobada durante horas tragando sin siquiera asimilar millones de datos que él consideraba esenciales. Pero cuando quiso darse cuenta de que siempre hablaba a los demás y éstos nunca se manifestaban al respecto, comenzó a encontrar aburridas todas aquellas reuniones en las que él fuera el protagonista.
Por fin estaba comprendiendo lo emocionante de debatir, porque cayó en la cuenta de que jamás había encontrado un oponente a su altura.Por primera vez en su vida se sintió ignorante en algo, y decidió que a partir de ese día escucharía todo lo que los demás tuvieran que decirle.
¿Quién te crees que eres, discordia?
No nos atraparás entre tus garras,
no podrás disponer de nuestras ideas
como si fueran tuyas.
Tus pensamientos no son los míos.
¿Hasta dónde serás capaz de llegar?
¿Qué precio hay que pagar por la libertad?
Gritaré al viento qué es lo que importa,
pondré una pancarta de sol a sol
diciendo que el respeto es más importante.
Estamos cansados de escuchar
gritos ahogados de corazones
a los que les han obligado a parar el ritmo
frenético de sus vidas.
¿Quién es capaz de establecer prioridades?
¿Quién puede decidir acerca de vidas ajenas?
Yo quiero, ante todo, vivir.
Me importa poco dónde,
sólo vivir sin un nudo
cerrando mi estómago.
Tu vida es tuya,
desperdíciala si quieres,
es tuya.
Cada día una nueva esperanza
para unirse.
Divide y vencerás.
Espero que nunca nos demos por vencidos.
Y en la sombra vi nacer
el fuego del amanecer.
No pensaba salir a la luz,
no tenía por qué abrasar mi piel.
Cerré mis ojos
sintiendo la gélida brisa rozando mi cara.
Una paz me llenó el corazón
aliviando la pesada carga
que soportaba desde hacía tiempo.
En mi mente se dibujaba
todo lo que suponía cerca.
Incluso percibía el olor a tierra húmeda
del solitario callejón.
Me tendió su mano y me hizo salir.
No fue malo abrir los ojos y descubrir
que no siempre la sombra es la que nos oculta.
Estaba triste. No me saludó como todas las mañanas con esa energía propia de quien no tiene miedo a nada. Su rostro serio reflejaba preocupación.
Supuse que se lo habían dicho. Lo cierto es que la tarde anterior no pude evitar derramar algunas lágrimas amargas cuando me lo comunicaron al marcharme.
No había solución, su desarrollo era imparable. No habló con nadie en toda la mañana, sólo escribía en un pequeño cuaderno que su mujer le trajo el día anterior.
Después de una semana me enteré de que se había ido Y en el cajón de su mesilla seguía su cuaderno:
La vida pasa, y pesa. Cuando menos te lo esperas y, cuando piensas que ya nada puede sorprenderte, aparecen cosas o personas que te hacen desprenderte de tus ganas de vivir.
No me han dicho mucho, pero no hizo falta. En el instante en el que pronunciaron el no se preocupe, entendí que no quedaba esperanza.
Es triste perderla por iniciativa propia, pero más triste es no poder tenerla porque sabes que ya no queda.
"Quien no es capaz de entender una mirada, difícilmente será capaz de entender una larga explicación".
Y es que a veces, las palabras sobran.